Lo último que esperaba Marcelo Rinesi, un fanático de las matemáticas de 36 años recién cumplidos, muy tímido, que se viste casi siempre con jeans y pulóver gris y trata de pasar lo más inadvertido posible, es que el New York Times lo incluyera en el grupo (profesional) «más hot (caliente, sexy) del momento». Rinesi es un «científico de datos», trabaja en forma independiente buscando y ordenando patrones de información en Internet para empresas que pagan cada vez más por sus servicios. «Todavía no le pude explicar a mi mamá, una abogada que trabaja en una oficina de 9 a 18, qué es lo que hago», se ríe el joven científico, «pero algo es seguro: dentro de diez años, cuanto mucho, este trabajo va a ser hecho por inteligencia artificial. Va a perder todo el «halo sexy» que hoy se le asigna».
Rinesi no se preocupa demasiado: cree que para entonces se adaptará a una nueva forma de complementar su saber con el de las máquinas. En esto coincide con un colega suyo del Instituto Baikal (un centro donde se discuten temas de la agenda del futuro), el físico ruso Andrei Vashnov, que remarca que a lo largo de la historia, la evidencia está 100% a favor de que las revoluciones industriales destruyen empleos, pero que a la vez crean nuevos. «En los últimos siglos nunca extrañamos los trabajos que se automatizaron», dice Vazhnov.
En el debate por el futuro del trabajo existe lo que el autor de El cisne negro, Nassim Taleb, llama «evidencia silenciosa»: hay mucho ruido (y miedo y preocupación) por los empleos que se van a perder, pero hay poca excitación por los nuevos puestos de trabajo que van a aparecer. Por una sencilla razón: no sabemos cuáles van a ser. Por lo tanto, en esta discusión hay un sesgo sistémico a ver el vaso medio vacío.
«La era digital brinda una oportunidad en la que todos tienen para ganar, aunque serán necesarios cambios culturales que favorezcan la colaboración sinérgica entre el humano y la máquina que involucre a todos los actores de la economía: gobierno, instituciones de la educación, sector privado y trabajadores por igual», afirma en su presentación la investigación sobre El futuro del trabajo en la Argentina, elaborada por un equipo de economistas y matemáticos de Accenture. El estudio -el primero de cierta dimensión que se hace sobre esta agenda para nuestro país- y se difundirá el jueves próximo en el Coloquio de IDEA, que se hará en Mar del Plata.
El escenario optimista implica «correr con las máquinas», esto es, aprovechar la inteligencia aumentada que brindarán los avances tecnológicos para crear nuevos y mejores puestos de trabajo. En esta hipótesis, para los próximos 15 años se calcula que un 37% de las tareas que hoy realizan seres humanos en la Argentina serán automatizadas, pero el mismo porcentaje de personas conseguirán nuevos empleos. En el pesimista («Corriendo contra las máquinas»), los números son mucho más dramáticos: la mitad de la fuerza laboral va a la automatización total (49% en los próximos 15 años), contra sólo un 29% de nuevos empleos generados.
Los números surgen de un modelo econométrico que se nutrió de distintas fuentes. Hubo 70 gerentes de recursos humanos encuestados a los que se les preguntó por 35 profesiones y sus respectivas probabilidades de ser reemplazados por robots.
Eso se combinó con las estadísticas de empleo locales (el peso de cada profesión en la estructura laboral de la economía doméstica) y la evolución de las distintas habilidades (más de 100), que desde 2008 releva a gran escala O-Net en los Estados Unidos para las distintas ocupaciones. Allí se observa que las habilidades manuales requeridas vienen en caída libre, al igual que la facilidad para las «transacciones rutinarias» (ventas básicas, como entradas de cine o boletos para viajar) y para las tareas vinculadas con la percepción sensorial y las reparaciones técnicas. Entre las que ganan relevancia están las habilidades más «humanas»: creatividad, inteligencia social, liderazgo y capacidad analítica.
En líneas generales, las profesiones más y menos desafiadas para los próximos 15 años que relevó Accenture con la colaboración del Centro de Estudios sobre Disrupción y Creatividad de la Universidad Di Tella coinciden con las señaladas por el trabajo pionero sobre el mercado del trabajo que hicieron para los Estados Unidos, a principios de 2014, los economistas de Oxford Carl Frey (que visitó la semana pasada Buenos Aires, invitado por el Instituto para la Integración de América Latina del Banco Interamericano de Desarrollo) y Michael Osbourne. El mayor riesgo es para las ocupaciones rutinarias: telemarketers, operadores telefónicos, analistas financieros, analistas de recursos humanos, vendedores de seguros, operadores de maquinaria industrial, etcétera. Las profesiones con baja posibilidad de ser reemplazadas incluyen a psicólogos, gerentes de recursos humanos, trabajadores sociales, neurólogos, diseñadores de moda, estilistas y artistas en general.
Entre los grandes ganadores de la era digital estarán los profesionales matemáticos, ingenieros, expertos tecnológicos y científicos -o STEM, por sus siglas en inglés-. Algunas características del trabajo cambiarán para dar lugar a las personas a modificar el horario y la locación, mientras las herramientas de trabajo tendrán cada vez más importancia para la fuerza laboral. Profesiones más tradicionales, como las de abogados o economistas, se transformarán porque son parcialmente automatizables, pero los datos de O-Net muestran que en los últimos cuatro años estos campos están «mutando» hacia una mayor caja de herramientas de habilidades humanas (inteligencia social, analítica, etcétera).
«Los trabajadores mejor posicionados serán aquellos que cuenten con una educación, especialización y experiencia complementarias al uso de las nuevas tecnologías», describe el informe. El trabajo de los periodistas entra en la misma categoría de «parcialmente automatizable».
Más creación que destrucción
Un reciente trabajo de economistas de la consultora Deloitte compila datos agregados de más de 140 años en distintos países sobre estadísticas laborales; allí se concluye que tomando períodos largos, la tecnología creó más puestos de trabajo que los que destruyó. «Las máquinas reemplazan a los humanos en las tareas más peligrosas, aburridas y repetitivas, pero no parecen ni de cerca contribuir a la destrucción agregada de empleo a gran escala en la evidencia de los últimos 140 años», dice el informe.
David Autor es uno de los economistas que más estudia el fenómeno, y defiende una hipótesis de «polarización» del empleo: los que están más en riesgo son los trabajos en la mitad de la escala (ni los de ingresos muy bajos ni los muy altos).
Autor analizó de cerca algunos mercados en los que se vaticinaba un fin del trabajo, y cuenta que en repetidas ocasiones en el siglo se dio una «ansiedad por automatización» (una de las más fuertes ocurrió a principios de los 60 y está bien retratada en la serie Mad Men), con temor a destrucción masiva de empleos. La «angustia por las máquinas» recrudece tanto en períodos de disrupción tecnológica como en aquellos de estancamiento del empleo.
En 1821, un tiempo después de las protestas de los luditas que rompían las máquinas de la Revolución Industrial, el economista David Ricardo advertía sobre las consecuencias de la automatización en el empleo, al igual que John Maynard Keynes en 1930, cuando acuñó el término de «desempleo tecnológico».
Autor destaca el caso de los cajeros ATM, que se distribuyeron por centenares de miles en el territorio de los Estados Unidos y por los cuales se supuso que los empleados de sucursales bancarias quedarían muy pronto en la calle. La evidencia mostró que el empleo en bancos no sólo no bajó, sino que aumentó: pero cambió su naturaleza, comenzaron a ser puestos más «relacionales» que ofrecen a los clientes nuevos servicios y buscan establecer una relación más personalizada, clave en la retención.
La incorporación de tecnología hace que las sociedades se vuelvan más ricas (toda esta discusión es sobre la distribución de la riqueza que, tomada en términos netos, aumentará), con lo que hay disciplinas en las que el empleo de hecho no sólo no baja, sino que sube por el mayor ingreso disponible. En Inglaterra, por ejemplo, está bien documentado el elevado aumento del personal en lugares como bares y restaurantes, algo que es producto de un incremento generalizado en la calidad de vida de la población, que tiene más recursos para salir a divertirse.
Mujeres, mejor posicionadas
El nuevo escenario laboral no tendrá efectos parejos sobre la población. La investigación de Accenture, que dirigió el CEO de la firma, Sergio Kaufman, afirma que las mujeres, al ocupar mayormente puestos donde se requieren «habilidades blandas», serán las grandes ganadoras en términos netos del proceso que se avecina.
Así, el cambio tecnológico operará como «fuerza igualadora»: 16% más de mujeres (con respecto a los hombres) tienen trabajos con habilidades que son altamente potenciadas en la era digital, y un 15% menos de mujeres (también en comparación con los varones) se desenvuelve en empleos que tienen posibilidades de ser automatizados.
Por el contrario, el impacto es similar cuando se divide el empleo entre grandes empresas y pymes: trabajadores de ambos segmentos tienen casi iguales chances (del 36% y del 37%, respectivamente, en el escenario optimista) de ver sus ocupaciones automatizadas.
Y lo mismo sucede con la discriminación por edades: los jóvenes no cuentan con ventajas sobre los adultos a la hora de asignar probabilidades de robotización.
El tema de la empleabilidad de adultos mayores es uno de los grandes tópicos que se viene en la agenda del mercado laboral del futuro. La Argentina cerrará su «bono demográfico» (pasará a la adultez en términos de pirámide poblacional) hacia 2030, según el economista del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (Cedes) José María Fanelli.
En los Estados Unidos hay 3,4 millones de empleados de más de 70 años, el doble que a fines de los 90, y se estima que la cifra se duplicará para 2020. La recientemente estrenada película Pasante de moda, en la que Robert De Niro toma un empleo junior a los 70, le dio protagonismo a una discusión que se avivó dos meses atrás, cuando IDEO, la meca del «pensamiento de diseño», contrató a una diseñadora de 91 años. Las proyecciones de extensión de la expectativa de vida cumplen aquí un rol central. Jugando con la famosa frase de Keynes: «En el largo plazo estamos todos vivos». Y reinventados.